miércoles, 17 de julio de 2013

Isla.

El arrullo de las olas me mece el espíritu y me calma. Las olas rompen en la orilla con un brillante manto de espuma blanca que me moja los pies descalzos. El agua está clara, cristalina, tanto que puedo ver destellos de plata que desprenden las escamas de los pececillos que nadan a toda velocidad.
El agua está fría, pero no me importa, porque así siento más los dedos que caminan sobre la arena. Una arena fina y clara, casi blanca, que cruje con delicadeza y me acaricia los pies mojados. Casi parece que ando sobre pan rallado. Sólo puedo ver mis huellas sobre la arena, en mi misma dirección.

Estoy volviendo sobre mis pasos cuando una sombra pasa sobre mi cabeza y la oigo. Una gaviota grande y blanca planea sobre mi cabeza soltando su familiar graznido. Y entonces, al mirar hacia arriba la luz cegadora del sol me hace cerrar los párpados, y caminar a ciegas. Este sol no quema, me arropa entre sus haces de luz como una manta en una fría noche de invierno.
También siento el viento. Una dulce melodía de susurros que una brisa fresca y delicada posa en mis oidos y me hace inspirar profunda y lentamente.
El aire me despeina y me llevo la mano a la cabeza donde noto el pelo mojado. Me he bañado en las aguas claras y me he dejado flotar entre su basta profundidad. Sí, noto los ojos levemente enrojecidos y la sal en las pestañas.

Sigo caminando por la orilla siguiendo mis propias huellas hacia ninguna parte. A mi izquierda, pequeños cangrejos cloquean y caminan ladeados en dirección a las aguas cristalinas y a mi derecha un pequeño sombrero verde, formado por multitud de plantas, corona una alta duna de arena blanca. Palmeras altas y arbustos bajos se mecen al son del viento que nos une.

Casi sin darme cuenta llego hasta un punto donde aparece otro grupo de huellas y me doy cuenta de que son mis propias huellas de nuevo. Ya le he dado otra vuelta completa a la isla.
Porque esto es una isla, mi isla.

Sin más fuerzas en las piernas, pero sin estar cansado, me dejo caer sobre la arena. Y aquí tumbado, mirando al sol con los ojos cerrados, me duermo.

...

Al abrir los ojos de nuevo, aquí estoy otra vez. Entre las mismas cuatro paredes de siempre. Con el mismo ruido infernal de la ciudad de siempre. En el mismo ordenador y con el mismo maldito trabajo de siempre.
Pero por un rato ya no me importa. Porque siempre tendré esa isla, mi isla. Puede que no sea una isla real o quizás incluso esté loco solo por imaginarlo. Pero solo pensadlo, todos podemos tener nuestra propia isla. Cerrad los ojos, y navegad hasta allí. Imaginad vuestro oasis en este mundo que nadie parece disfrutar y tumbaos a descansar.

Que mientras, yo siempre podré volver a mi isla para descansar.


1 comentario:

  1. Todos necesitamos desconectar de vez en cuando.
    La realidad, a veces, cansa...

    Un saludo!

    ResponderEliminar