lunes, 3 de octubre de 2011

Porteger y servir.

-¿Alguna vez has disparado a alguien?

-No. Basta con que sepan que puedo hacerlo. -Contesté.

-Yo tampoco.

Mi compañero estaba nervioso. Era su primer día en un asunto de aquella magnitud. Nos enviaban con el equipo de intervención policial a una manifestación en el centro.
 El pobre chaval temblaba como un niño... hoy se que era por emoción, pero en aquel momento no podía prever lo que iba a pasar.

El traqueteo del furgón nos bamboleaba cada vez más cuantos más gritos se oían. Fuera parecía estar sucediendo una guerra. Se podía escuchar con claridad los disparos de pelotas de goma de mis compañeros.

Víctor, mi compañero sonreía cada vez más cuanto más nos parecíamos estar acercando a la muchedumbre embravecida.
Nos pusimos los cascos, cogimos porras y escudos, y la furgón frenó en seco. Salimos deprisa en cuanto las puertas se abrieron pero la batalla que creía que iba a encontrar era más bien parecida a una purga.

Un grupo numeroso de agentes ocultos con cascos y pasa montañas agredían a una multitud de chicos jóvenes que se encontraban sentados en el suelo con las manos en alto...
Muchos chicos sangraban, otros directamente yacían inconscientes... ni siquiera los gritos de chicas de menos de 19 años hacían parar a mis compañeros... me quedé paralizado.

Todo pasó muy deprisa, casi sin darme cuenta estaba sentado de nuevo en el furgón. Aún me temblaban las piernas.

-¿Qué te ha pasado? -Me preguntó Víctor con una sonrisa en el rostro y la frente brillante por el sudor. Había disfrutado de su poder y había abusado de él.

-Antes me has preguntado si alguna vez he disparado a alguien...

-Si. -Me contestó ilusionado como si esperara que me hubiera acordado de una historia digna de Holliwood en la que yo me había comportado como un héroe que dispara a un pobre chico por robar una licorería.

-Una vez estuve apunto... pero dudé. En el último momento dudé, no pude hacerlo. No podía quitar una vida.

Mi compañero cambió el gesto sorprendido y puso un semblante serio.

-¿Y por qué me cuentas eso?

Miré al infinito y le respondí.

-Por que hoy te habría metido una bala entre ceja y ceja sin dudar.



Hoy, estoy sentado en el suelo, rodeado de una multitud de jóvenes con las manos en alto, mi placa en el pecho de cualquier otro desgraciado, y con Víctor intentando abrirme la cabeza... lástima que ya no lleve mi pistola.



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Un texto que he escrito hace poquito... sí, es cierto, muchos abusan. Lo que hay hoy en día no es autoridad, es abuso de poder. No protegen, censuran. No sirven, imperan... pero no se... son personas, no creo que todos sean tan malos.

Un saludo.

sábado, 1 de octubre de 2011

Explotar.

Siento que soy el último en despertarme. No he dormido bien... tengo sueño. Arrastro los pies hasta el baño y miro en el espejo el fiel reflejo de un espectro. Las ojeras ya forman parte de mi cara permanentemente y la barba descuidada, crecida a base de pereza, me cubre las mejillas.

Caliento algo de pan y la campana del microondas me dispensa un café aguado y mal recalentado, mientras pongo el diario matinal en la caja tonta.

La voz del locutor suena tan robótica y artificial como cada mañana. Expresa con el mismo tono de voz noticias buenas o malas, algo que me resulta poco moral... claro que debe dar su opinión "objetiva"...
Al parecer esta mañana no ha comenzado bien. Un chaval de mi edad ha volado un autobús urbano que lleva cada día a más de cien personas a sus puestos de trabajo, institutos y facultades... ha matado a veinte personas. Dos niños...

Otro monstruo social más... vaya novedad.

No entiendo como alguien tan normal, tan común, pueda cometer tal atrocidad... debía ser algún acto de suicidio homicida... el mundo se está yendo a la mierda... menos mal que aun quedamos gente civilizada.

Mierda, se me hace tarde. Me he quedado absorbido por la noticia acordándome mentalmente de todos los antepasados del asesino psicótico con todo insulto que mi indignación ante tal obra de crueldad me obliga a recordar.
Cojo la mochila, una chaqueta, el móvil, las llaves... y a correr.

Me siento en un autobús que huele rancio... llueve, y la mezcla de sudor y humedad creaba una atmósfera de presión...

Busco entre los bolsillos de mi mochila... pero... mierda. Con las prisas he olvidado los auriculares. Pienso que no es tan malo. Iría disfrutando de los sonidos del mundo... que remedio.

Las gotas del diluvio que parece el universal golpea las ventanas con un constante tamborileo.

Los engranajes del autobús chirrían con un estruendo que asusta.

Señoras que hablan a gritos desde puntas lejanas dentro del vehículo.

Un adolescente enciende música desde su móvil a toda pastilla.

Otro ríe a voces.

Cada sonido me taladra. Me duele la cabeza...

Un teléfono suena, otro habla por el suyo a voces.

Aprieto los nudillos...

-Callaos por favor...- El hombre sudamericano, que dormía sentado a mi lado, me mira asustado.

Comienzo a temblar. Me mareo...

¡BASTA YA!



Ahora mismo estallaría este autobús con todos dentro...

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Un cuento extraño que inventé y escribí sentado... adivinad donde... ¡En el autobús!
Todos los que nos hemos acostumbrado a vivir con música, algún día hemos olvidado los auriculares, el reproductor, o cargar la batería del móvil... y al cabo del día hemos deseado matar a alguien... Va por vosotros.