miércoles, 30 de enero de 2013

Acantilado.





—Ahí arriba en el borde de tu propio precipicio miras con añoranza aquello que una vez creíste conocer. Aquello que una vez creíste tener. Ves el cielo encapotado amenazando tormenta. Te abrigas ciñiéndote la capucha y la bufanda creyendo que así te proteges.
Lo ves como un mar oscuro  y embravecido; un lejano y profundo abismo que observas desde tu roca. Un poderoso amasijo de incertidumbre que golpea el acantilado y que, aunque te salpica de vez en cuando, te da tanto miedo como te atrae…

—Miedo no… me aterra…

—Y aun así estás deseando bañarte, lanzarte y sumergirte. Ansías con todo tu ser que sus frías aguas te bañen la piel y te dejen fluir por la fuerte corriente de las profundidades de una inmensidad desconocida...

Así, amigo mío es como vives el amor...

 —Me encantaría ahogarme en él...

—Sí, ya lo sabía.