domingo, 17 de marzo de 2013

Lobo y Luna.

El bosque estaba oscuro. El pequeño lobo caminaba arrastrando las patas, solitario, como se esperaba de él. Caminaba en silencio, atento a todo lo que le rodeaba, desde las hojas secas mecidas por el viento helado, hasta crujido de las ramas de pino bajo sus huellas. Caminó hasta que la lengua caía a un lado de la mandíbula y jadeaba.

Entonces encontró un estrecho sendero. No entendía de donde venía, ni siquiera a dónde llevaba, pero algo en su instinto animal le hizo seguirlo. En aquel camino un grupo de corderos se le unió. Al principio los inocentes corderos temieron ante aquella bestia que nunca antes habían visto; pero al poco se dieron cuenta de que el lobezno no era peligroso. Era débil y flojo. Estaba marcado, sólo. Aquellos corderos lo repudiaron, lo marginaron porque ¿cómo iba a ser aquel animal, que parecía fiero, frágil y de virtud enclenque? Se convirtió en el lobo maltratado por corderos.
Aquel lobo, aunque había echado de menos la compañía de una raza que no existía, ahora se encontraba mejor solo.

Continuó andando sin descanso y fue creciendo. Se fue haciendo cada vez más fuerte, duro y terriblemente solitario. Anduvo y aunque cansado como antes, ahora lo hacía por dedicación y fuerza de voluntad. Entonces, entre las ramas y las hojas traslúcidas de los árboles observó unas aves. Unos pájaros que volaban en parejas y los envidió. Los envidió por poder mirar hacia abajo, y observar aquel mundo violento con desprecio. Y los envidió por volar en compañía. Y el lobo decidió no mirar hacia arriba, ni hacia abajo; solo al frente.

Pero ocurrió algo. Al haber mirado hacia arriba, el lobo vio una luz. Una luz brillante que resplandecía en lo más profundo de la oscuridad del cielo. Un círculo brillante y perfectamente blanco le observó. El lobo conoció a la Luna. Se dio cuenta de que aquella luz ahora le iluminaba el camino y echó a correr hacia ella. Corrió y corrió persiguiendo la Luna, aunque jadeara cada vez más. Los músculos le ardían y le pinchaban al bombear la sangre desde un corazón que latía con prisas. La persiguió noche tras noche y cuesta arriba, deseando volar como aquellos pájaros. Y entonces llegó a lo más alto del mundo, donde frenó de golpe haciéndole sangrar las patas. Vio claro en ese instante que jamás podría alcanzar a la Luna. Y gritó; gritó con todas sus fuerzas.

Allí aprendió a aullar, el lobo que se enamoró de la Luna.

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