miércoles, 9 de noviembre de 2011

Guerreros.

Bajé la mirada y allí los vi, como cada día, como cada hora… como cada minuto. Dos figuras que se enfrentaban en una continua lucha de espadas blandiendo palabras y sentimientos. Sus miradas continuamente unidas por un lazo inefable no ocultaban la ira que provocaba su lucha.

La primera de ellas vestía de negro, con una coraza tan gruesa como el odio de su corazón. Su manos y su rostro reflejaban la dureza de la experiencia y su ojos… sus ojos provocaban en mí un intenso escalofrío como el que provoca el terror… no porque desprendieran furia o violencia, sino por su tristeza. Una tristeza forjada a golpe de realidad y pesimismo. Multitud de cicatrices cubrían su piel envejecida y demacrada para su edad. Y aun a pesar de todo, sonreía, como quien acepta que no hay nada más triste que vivir con su propia soledad.

La segunda, ataviada con apenas armadura de un blanco impuro que le dejaba el pecho al descubierto, se le cruzaba al paso a la primera. Su cara aniñada resplandecía benevolencia y respetuosidad, pero también le reflejaba un carácter inocente y crédulo que le hacía parecer aun más niño. También su piel lucía cicatrices brillantes, aunque parecían haber sido curadas con mayor esmero.

-De nuevo aquí. –Le dijo la figura de negro a su enemigo.

-Algún día esta lucha terminará. –Le contestó el guerrero blanco.

-Ah… tú como siempre tan inocente y optimista. Nunca aprenderás que la esperanza solo trae más y más decepciones.

-Mejor decepcionarse por algo en lo que he fallado que por algo que ni siquiera he intentado.

-Las decepciones son como el óxido… al principio es apenas molesto, pero acaba haciendo mella… hasta que un día te das cuenta de que estás solo, con una espada sin filo. –Dijo el guerrero negro, después de carcajearse.

-Yo no estoy solo…

-Oh… esos que llamas tus amigos… ¿Dónde están ahora? Algún día la mayoría de ellos te habrán abandonado u olvidado y volverás a verte solo, como la primera vez que nos conocimos... como la vez que me creaste. Ellos no pueden sacarte de aquí.

-No es solo amigos… ahora también la tengo a…

-Vaya que sentimiento tan idílico… siempre fuiste un patético romántico que ha regalado tantas partes de su corazón que ahora ya no eres capaz de vivir feliz si alguien no se te ofrece en la misma medida. Ella nunca te necesitará tanto como tú a ella.

-Puede que tengas razón…

-Sabes que la tengo.

-Tu odio y tu pesimismo nos llevarán al desastre…

-Con el tiempo lo sabremos.

Y de pronto levanté la mirada, y me encontré mirándome a mí mismo. El espejo del baño, como cada mañana, me devolvía la mirada cansada de aquel guerrero pesimista que habitaba en mi interior. Por hoy había ganado él… aunque no se, puede que aquel caballero esperanzado, iluso y romántico que debatía en el campo de batalla de mis pensamientos contra el guerrero oscuro, fuera la razón por la que seguía adelante…

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