Hace mucho tiempo que todos comenzamos a caminar. Todos nos vemos
obligados a internarnos en el mar de dunas y dudas. Arena, arena por
todas partes, todo seco y cuesta arriba. Muerto. Aunque el Sol siempre
brille, no siempre ilumina el camino.
Muchos caen, muchos continúan, y
muchos se levantan después de la caída. La arena, el viento, el calor
asfixiante del dolor o el frío invernal de la soledad no son nada cuando
aprendes a hacerte fuerte.
Ya hubo una vez que los espejismos
distrajeron mi mente… me confundieron y guiaron en caminos equivocados o
torcidos… aunque también siempre hay escalones, compañeros que te dan
la mano o caminos empezados que alguien siempre deja atrás para guiar a
otros… esos espejismos fantasmales hicieron mella en mi corazón
vacilante y me hicieron creer que amaba algo que no existía…
Hasta
que un pequeño ángel apareció. Un oasis fresco en mitad del desierto
que saciaba mi sed. Un refugio cálido en mitad de la tormenta helada que
hacía palpitar mi alma como si nada más importara… continué durante
demasiado tiempo mi camino pensando que aquello no era más que una
vulgar ilusión más. Una nueva treta de que mi mente ceñía ante mis ojos…
Pero
aquella vez era de verdad… su dulce canto llegó hasta mí guiándome como
un faro de esperanza que lanza su luz a través de la niebla… y supe por
una vez que aquel canto era para mí.
Mis pasos me llevaron ante
lo más maravilloso que mis ojos jamás contemplaron. Un regalo que
siempre esperé y que nunca creí merecer. Allí estaba mi ángel, tan dulce
como en el más plácido de los sueños. Tan valioso como la más brillante
de las gemas y tan hermoso como… como nada que yo hubiera visto hasta
aquel momento.
Su piel suave como las mismas nubes inalcanzables.
Sus ojos, tan profundos y brillantes como el mismo cielo reflejado en
el mar. Y su corazón… su corazón es una historia larga de contar, pero
que ahora, casi latía al mismo compás que el mío propio.
Y el
momento en que su voz resonó en mis tímpanos… el momento en que su
pupila se sumergió en mi espíritu lo supe… no sabía si era posible
realmente sobrevivir a ellas, y tampoco sabía si de verdad había una
sirena por cada Ulises en el mar…
Pero si sabía que mi sirena me
había guiado hasta ella… y que estrellaría mi barco 100 veces contra las
rocas, con tal de volver a oírla cantar.
De nuevo algo que escribí hace tiempo pero que me sigue gustando mucho y que creo que se merece estar aquí.
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