Los diamantes que el amanecer había regalado a la espesura aun decoraban
de plata las hojas. Cierro los ojos lentamente, sintiendo cada
centímetro de lo que me rodeaba, mi escenario, el brillo del Sol,
acunado por la brisa de la mañana que acaricia mis mejillas. La hierba
mullida susurra su canto bajo mis pies. A lo lejos las montañas alzan
sus picos anhelando alcanzar el cielo. Cerca se oye el clamor del río
que baña el valle de vida. A mi izquierda el viento sopla suave,
apartando la niebla para que mis parpados sientan la claridad del día. A
mi derecha las aves que se elevan como el humo, huyendo del murmullo
atronador que se acerca.
Hay momentos que los que pienso el porqué de
las cosas. También hay momentos en los que pienso en sus consecuencias…
hoy no voy a pensar en ninguna. Tomé mi decisión y este es mi sitio, mi
hogar, y mi tumba.
No existe el dolor. No existe la soledad. El
mundo no es inmenso, porque el mundo que conozco está bajo mis pies, y mis suelas
me han traído hasta aquí. Aquí es donde debo estar, y aquí es donde
estaré.
Hoy es un precioso día, todos lo saben y todos sonríen. Una sonrisa que vuela hasta mis labios y termina de aceptar la
tranquilidad de la muerte. Las respiraciones de los que están a mi
alrededor suenan serenas, como la mía. Se que todos sienten el paisaje
tan fascinados como yo. Se que todos observamos esa belleza que nos
rodea con la piel, el corazón y los ojos cerrados. Un cuervo grazna en
la lejanía y mi sonrisa se ensancha.
La voz suave de un amigo susurra junto a mi oido esas palabras que mi mente tanto anhela y repudia al mismo tiempo… e inspiro.
-Es la hora… -
Asiento
una única vez notando como mis sentimientos se expanden por mi cuerpo
como las suaves motas de polvo que flotan en los rayos de luz,
desechando todo pensamiento, toda desesperación.
Ese olor
metálico que tantos recuerdos me atraían, y que ahora solo erizaba los
pelos de mis brazos haciéndome sentir lleno de vida, llega hasta mí como
una amante que acude al calor del lecho del amado en una fría noche
invernal.
Abro los ojos y contemplo el valle como un padre
observa a su hijo dar por primera vez un paso. Allí estaba frente a
mí. El ruido ensordecedor que me traía la muerte y la gloria a partes
iguales medidas a la perfección. Quizás mi mente quede en el olvido,
pero mi recuerdo siempre vivirá.
Levanto la cabeza hacia el cielo y sonrío con aun más ganas al ver la inmensidad del cielo y como nos abrazaba con su dulzura.
Miro
a un lado, y después a otro… valor rebosante como el vaho de un baso de
té y levanto el brazo. Un clamor de diez mil voces a mi espalda
recorren el valle como un relámpago. Un hormigueo de placer recorre mi
estomago… pero me mantengo sereno.
Me giro hacia ellos y les sonrío. Me devuelven la sonrisa. Morirían a mi lado. Codo con codo… sangre con sangre… como hermanos.
Mi ejército… con ellos, con mis soldados, llegaría hasta el final.
-Comienza la batalla…-
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