Bajé la mirada y allí los vi, como cada día, como cada hora… como cada
minuto. Dos figuras que se enfrentaban en una continua lucha de espadas
blandiendo palabras y sentimientos. Sus miradas continuamente unidas por
un lazo inefable no ocultaban la ira que provocaba su lucha.
La
primera de ellas vestía de negro, con una coraza tan gruesa como el odio
de su corazón. Su manos y su rostro reflejaban la dureza de la
experiencia y su ojos… sus ojos provocaban en mí un intenso escalofrío
como el que provoca el terror… no porque desprendieran furia o
violencia, sino por su tristeza. Una tristeza forjada a golpe de
realidad y pesimismo. Multitud de cicatrices cubrían su piel envejecida y
demacrada para su edad. Y aun a pesar de todo, sonreía, como quien
acepta que no hay nada más triste que vivir con su propia soledad.
La
segunda, ataviada con apenas armadura de un blanco impuro que le dejaba
el pecho al descubierto, se le cruzaba al paso a la primera. Su cara
aniñada resplandecía benevolencia y respetuosidad, pero también le
reflejaba un carácter inocente y crédulo que le hacía parecer aun más
niño. También su piel lucía cicatrices brillantes, aunque parecían haber
sido curadas con mayor esmero.
-De nuevo aquí. –Le dijo la figura de negro a su enemigo.
-Algún día esta lucha terminará. –Le contestó el guerrero blanco.
-Ah… tú como siempre tan inocente y optimista. Nunca aprenderás que la esperanza solo trae más y más decepciones.
-Mejor decepcionarse por algo en lo que he fallado que por algo que ni siquiera he intentado.
-Las
decepciones son como el óxido… al principio es apenas molesto, pero
acaba haciendo mella… hasta que un día te das cuenta de que estás solo,
con una espada sin filo. –Dijo el guerrero negro, después de
carcajearse.
-Yo no estoy solo…
-Oh… esos que llamas tus
amigos… ¿Dónde están ahora? Algún día la mayoría de ellos te habrán
abandonado u olvidado y volverás a verte solo, como la primera vez que
nos conocimos... como la vez que me creaste. Ellos no pueden sacarte de
aquí.
-No es solo amigos… ahora también la tengo a…
-Vaya
que sentimiento tan idílico… siempre fuiste un patético romántico que ha
regalado tantas partes de su corazón que ahora ya no eres capaz de
vivir feliz si alguien no se te ofrece en la misma medida. Ella nunca te
necesitará tanto como tú a ella.
-Puede que tengas razón…
-Sabes que la tengo.
-Tu odio y tu pesimismo nos llevarán al desastre…
-Con el tiempo lo sabremos.
Y
de pronto levanté la mirada, y me encontré mirándome a mí mismo. El
espejo del baño, como cada mañana, me devolvía la mirada cansada de
aquel guerrero pesimista que habitaba en mi interior. Por hoy había
ganado él… aunque no se, puede que aquel caballero esperanzado, iluso y
romántico que debatía en el campo de batalla de mis pensamientos contra
el guerrero oscuro, fuera la razón por la que seguía adelante…
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